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Natividad

Tengo frío. Dicen que hoy ha sido el día más frío del año. Miro hacia adentro y solo encuentro fuego. Ahí afuera hace frío, sí, mucho frío, tanto que se me hielan los pies y apenas puedo andar. Tanto que necesito cerrar las puertas de mi mismo y meterme adentro, más adentro, hasta que pase el temporal. Aquí adentro, me conozco, me miro y me regodeo en mi mismo. No necesito tu aprobación, ni la del otro, ni aún menos la de otro más allá. Aquí soy yo, aquí soy feliz de verdad. Quizás en eso consista la muerte, en entrar en sí mismo y quedarse ahí, solo, viendo lo que pasa alrededor sin que nada le afecte a uno. Quizás entonces no haya frío y sólo calor, un calor templado, un calor agradable, el calor de una tripa albergando vida, el calor de un corazón latiendo, ahí, justo encima de nosotros, y unas manos acariciándonos por encima de una segunda piel, la de nuestra madre. Madre. Vida.

 

Y mañana, tu Navidad

Este año al preparar la cena de Navidad vosotras elegiréis los platos. Compraréis la comida que más os guste y seguramente no habrá alcohol en la mesa. Será una cena sencilla, porque vencida la mayor barrera, poco más cabe, ni es necesario. Cenaréis tarde, porque las dos tenéis que trabajar para salir adelante, y ni siquiera en Nochebuena eso se perdona, ni os importa.

Estaréis solas porque donde estáis, a nadie conocéis. Y sin embargo, vuestra propia compañía os colmará. Al sentaros la una frente a la otra para empezar a cenar, lloraréis. Y sin embargo vuestras lágrimas os llenarán de dulzura. Os cogeréis de la mano. Probablemente os levantaréis y os abrazaréis hasta rendidas, reiros y llamaros tontas, “qué tontas somos”, entre sollozos entrecortados. Secadas las lágrimas comeréis como si nada hubiera ocurrido, y os reiréis con cualquiera de esas cosas que habitualmente véis en la tele y que son normalmente suficientes para, al menos unos segundos, olvidar.

Por unos momentos tendréis la tentación de hablar sobre lo prohibido. Sobre cómo fue vuestra vida hasta este año, sobre lo que estará haciendo él. Pero no lo haréis. Este año no estará aquí para gritaros, ni para ordenaros, ni para llamaros puta, ni para acusaros de haber arruinado su vida, ni que me pongas otro cubata, ni que recojas la mesa, ni que te calles, ni que un día voy a desaparecer y os van a dar por el culo. Este año no.

También recordaréis como fue el último día de vuestra otra vida, la que nunca más viviréis. Cómo os citasteis en secreto a pesar de desayunar la una frente a la otra, como cada mañana. Cómo hicisteis la mochila con una muda para cada una, para qué más. Cómo salisteis un día en distintas direcciones para llegar juntas hasta aquí. Aún hoy miráis por la ventana por la mañana, temiendo que él esté ahí, apostado en la calle, acechando.

Es posible que nunca más durmáis de verdad. Por eso, cuando acabéis de cenar y frente a la televisión vuestros párpados se cierren, la que de vosotras ese día sea la madre, tomará en sus brazos a la que ese día sea la hija, la llevará a su cama, se acostará junto a ella, la abrazará y apagará la luz. En su mente, se repetirá una frase, “un día más, la libertad. Y mañana, su Navidad”.

P.D: Seguramente no lo llegaréis a leer. Lucía, Miriam, esta es, por derecho propio, vuestra Navidad. Un abrazo, estéis donde estéis.

La fea costumbre

En la Facultad cogimos la fea costumbre de continuar los libros de nuestros autores fetiches garabateando sus márgenes, la página en blanco de cortesía final y hasta las tapas. Y así, cuando de nuevo uno de esos ejemplares caía en nuestras manos siempre era distinto, más que lo habitual si cabe.

Las toneladas de hormigón entre las que nos movíamos no eran especialmente inspiradoras, todo hay que decirlo, salvo si se considera que el gris y la falta de oxígeno, por ser claros factores de opresión, son música de musas oscuras. Y lo eran.

En honor a nuestros ídolos de papel llenábamos las mesas de las aulas de eslóganes y discursos incendiarios. Después en el baño, regurgitábamos nuevas letras. El cólico es como una tormenta de ideas. Desde aquella época no puedo coger algunos libros sin sentir la necesidad de sentarme en una taza de váter y desmigarlos mientras aprieto los riñones. Y desde entonces sólo puedo escribir con el estómago lleno de mierda.

Quemamos nuestros mejores años entre aulas sin sabor ni olor, suelo de cafetería, cafés en vaso de caña, canutos a medio hacer, uñas quemadas, discusiones sobre la inminencia de una revolución, el fin de un mundo, labios carnosos, borracheras de Lager al mediodía, menús de 100 pavos y notas al margen de nuestros libros compartidos.

Hoy no sabemos si todo lo pasado fue mejor. Pero lo que es seguro es que lo ganamos.

Al limbo

Hoy me han dado una mala noticia. Van a cerrar el limbo. A esa parte del género humano que suele tener los pies bien puestos en tierra esto le dará igual. Pero a los que a menudo pasábamos horas y horas en el limbo, se nos ha caído el mundo encima. 

Sí, porque digo yo ¿y ahora, adónde iremos? ¿directamente al infierno? ¿rebotaremos contra las puertas del limbo para ir de cabeza al suelo?

 “Sabios tiene la Iglesia” dice el dicho, y estos han decidido que hay que trasladar a la población que anda por el limbo directamente al paraíso. ¿Significa eso que el sexo dejará de ser pecado? Lo digo porque mi sexo, la mayor parte del tiempo anda fluctuando entre pensares y pesares. Y esto como cristiano que soy, la verdad, me trae de cabeza. Ahora que si con estas deciden que nos mandan al paraíso entonces yo paso y directamente me quedo...

Y es que como en el limbo no se está en ninguna parte. A mí me sabe a gloria. El limbo es como el aire que respiramos y lo que hacemos en él es solo nuestro, como la mierda que cagamos. Ni se podrá meter en una caja, ni es de nadie, ni nos podrán coser la boca, ni el culo. De modo que a partir de ahora creo que tendré que apuntarme un pecado más, y de los gordos: forzar un día sí y otro también, las puertas del limbo, y quedarme allí un rato mirando como ahora, a los de abajo y a los de arriba mientras suspiro y me digo a mi mismo “Que Dios nos ampare, que esto es un sin Dios y no hay Dios que lo enderece”. Más

Quizás sea hora

Al despertar esta mañana algo se rompió. Instintivamente bajé la mano y me palpé los riñones. Apenas puedo cambiar de postura sin recibir un latigazo y he venido quebrándome y temblando a cada bote en el autobús. No es nada nuevo, ocurre desde hace meses. Mi compañera de trabajo dice que eso se arregla follando. Yo le digo que también y empiezo a pensar que lo mejor será pedir una baja. Para follar.

Los médicos me dicen que probablemente se deba a malas posturas en el trabajo. La verdad, no andan lejos de la verdad: el trabajo es una mala postura, e enferma y mata. Él y quien lo alimenta, esta sociedad podrida de ambición en la que es más importante coger dos trenes, dos buses y un metro cada día para pasarse 8 horas delante de un ordenador que estar tranquilamente sentado en el suelo sacándose pelotillas del culo.

Mientras escucho La Fuga en los altavoces de mi PC voy pensando en lo que haré si finalmente lo que se rompió esta mañana se escacharra mañana y tengo que quedarme unos días postrado en mi sofá: leer, pasarme horas delante de la tele, regar mis plantas, ver páginas guarras en Internet, cascarme pajas, preparar gazpacho, vichissoise y espaguetiis carbonara, escribir, comer, beber, calentar la taza del váter, volver a leer y volver a cascarme pajas. A fin de cuentas, para qué ir a diario a la oficina si el producto es el mismo.

Quizás sea que toca cumplir años, quizá sea que de vez en cuando la vida nos habla. Quizá sea hora de sentarme para caminar hacia otro lugar. Quizás sea hora de levantarme al despertar.

¡Despierta!

No te quedes ahí mirando. No existe el ayer ni el mañana. Hoy es el único día de tu vida, si tú quieres ...